Entre amigas y cuidados: lo que el PAP puede prevenir
Hablar del Papanicolaou aún genera dudas, miedos y silencios entre muchas mujeres. Esta historia refleja cómo la buena comunicación transforma experiencias y desvanece mitos a través del conocimiento.
El mensaje de "Te toca tu Pap" apareció en su pantalla como si alguien hubiera activado una alarma en su pecho. Valeria dejó el celular sobre la mesa y respiró hondo. Llevaba días postergando la cita, y no por falta de tiempo. Era otra cosa. Algo entre el miedo, la incomodidad y una vergüenza que ni siquiera sabía explicar.
“Es que… ¿y si duele?”, pensaba. “¿Y si me juzgan? ¿Y si algo sale mal?”
A su alrededor, el mundo seguía como si nada: el sonido del tráfico entrando por la ventana, el vapor del café humeando frente a ella, y Natalia, su mejor amiga, hablando por WhatsApp sobre qué ver esa noche en streaming.
Valeria quería escribirle, contarle que la sola idea de subirse a esa camilla la hacía sentir expuesta, rara, hasta culpable por tener miedo. Pero no sabía cómo empezar. No quería que Natalia pensara que era exagerada, ni ignorante. No quería escuchar el típico "¡ay, no es para tanto!", aunque sabía que probablemente fuera cierto.
Lo que Valeria no sabía era que Natalia también había pasado por eso. Y que una conversación entre amigas podía cambiarlo todo.
Valeria no dejaba de pensar en lo mismo: el miedo al dolor. No era una persona aprensiva, pero la idea de que alguien revisara esa parte de su cuerpo con un instrumento metálico le parecía casi una invasión. Cerraba las piernas cada vez que se lo imaginaba.
—¿Y si duele? —murmuró en voz baja, como si alguien más pudiera oírla en su departamento vacío.
Decidió escribirle a Natalia, al fin.
“¿Tú ya te hiciste el Papanicolau alguna vez?”
No pasaron ni dos minutos antes de que el celular vibrara.
“Sí. ¿Te toca ya?”
“Me da pánico. Literal no he agendado la cita por eso. Me da cosa, pena… y me da miedo que duela.”
Natalia no tardó en llamarla.
—Ey, tranquila. Te entiendo. Yo también tenía un buen de dudas antes del primero.
—¿Y… duele? —preguntó Valeria de inmediato, sin rodeos.
—No. A ver, duele no. Si acaso sientes un poco de molestia, como presión. Pero mira, lo que más influye es cómo llegas tú: si estás nerviosa, si aprietas el cuerpo, si no sabes qué va a pasar… ahí sí puede sentirse feo. Pero si vas informada, confiada, y respiras… en serio, pasa rápido y sin drama.
Valeria guardó silencio un segundo.
—Es que me da miedo no poder relajarme.
—Lo sé. Pero piensa que la vagina es músculo. Si estás tensa, se aprieta más y es justo cuando puede molestar. Pero si vas tranquila, todo fluye mejor. Te lo juro. Yo hasta respiré profundo y me concentré en relajar el cuerpo, y fue rapidísimo.
Valeria suspiró del otro lado de la línea. No sabía si se sentía mejor, pero al menos ya no se sentía sola.
—Gracias, Nats. Creo que necesitaba escucharlo así… de alguien como tú.
—Cuando quieras, te acompaño a la clínica. Y si necesitas preguntar algo más antes, aquí estoy.
Y por primera vez en semanas, Valeria pensó que quizá sí podía hacerlo.
Mas tarde, mientras caminaban rumbo al café de siempre, Valeria todavía sentía el estómago revuelto. A pesar de que hablar con Natalia por teléfono le había bajado un poco la ansiedad, seguía teniendo una duda que no se animó a decir en voz alta la noche anterior. Esperó a que se sentaran, pidió su capuchino, y soltó la pregunta como quien deja caer una piedra en el agua.
—¿Te puedo decir algo que me da pena admitir?
Natalia levantó una ceja, sonriendo.
—A ver, suéltalo.
—Tengo la idea de que en el PAP… como que te sacan un pedazo de tejido. O sea, ¿eso es así?
Natalia soltó una risa suave, sin burla, solo sorpresa.
—¡Nooo! Nada que ver. No te cortan nada, Vali. Ni un pedacito. Ni de la vagina ni del útero.
—¿Entonces qué hacen?
—Solo toman una muestra de las células superficiales del cuello del útero. Es como pasar un pequeño cepillito para recoger información. No es un corte ni una biopsia ni nada así. No duele, y si estás tranquila, ni se siente.
Valeria se apoyó en la mesa y exhaló.
—Es que te juro, en mi cabeza me imaginaba pinzas, dolor, algo quirúrgico… como si fuera una mini operación.
—Lo sé, yo también me lo imaginé así antes de ir. Pero nada que ver. Es rápido, no es invasivo, y sobre todo: es necesario.
Valeria asintió. La cita era en menos de dos horas, se sentía menos intranquila.
Ya con el café en la mitad y las risas bajando el tono, Valeria se quedó en silencio unos segundos. Luego bajó la mirada y dijo, casi en un susurro:
—Nats… hay otra cosa.
—¿Qué pasa?
—Me da miedo que me salga algo malo. Que me digan que tengo cáncer o una cosa así.
Natalia asintió con calma, sin sorpresa.
—Ese miedo lo tenemos muchas. Pero ¿sabes qué me dijeron a mí cuando fui por primera vez? Que el PAP no te dice si tienes cáncer. Solo te avisa si hay algo raro, y muchas veces esos resultados solo indican que hay que repetir la muestra porque no salió bien.
—¿O sea que un resultado alterado no es igual a diagnóstico?
—Exacto. Y en el peor de los casos, si de verdad encuentran una lesión, la buena noticia es que si se detecta a tiempo, se puede tratar y curar. Literalmente. Pero si no te lo haces, y sí hay una lesión que sigue creciendo, ahí sí puedes enfrentarte a algo serio, incluso a perder la vida. El PAP es justo lo que evita que eso pase.
Valeria se quedó pensativa.
—Es raro… una parte de mí piensa que, si no sé, no pasa nada.
—Y eso es lo más peligroso. Porque cuando lo sabes, lo puedes enfrentar. Pero cuando lo ignoras, no hay vuelta atrás.
Valeria respiró profundo. Revisó su celular. La cita seguía confirmada.
—Gracias, Nats. En serio.
Natalia sonrió.
—Estoy contigo. Siempre.
Mientras caminaban rumbo a la clínica, Valeria volvía a sentir ese nudo en el estómago. No era miedo al dolor, ni siquiera al resultado. Era otra cosa. Más íntima. Más difícil de poner en palabras.
—Nats… —dijo, frenando el paso— ¿te dio vergüenza?
—¿Vergüenza de qué?
—De la posición. O sea… estar ahí, acostada, con las piernas abiertas… no sé. Me siento vulnerable solo de pensarlo.
Natalia la miró con suavidad, como quien reconoce en la otra algo que también vivió.
—Sí, claro que sí. Me sentí rara, incómoda. Pero te juro que cuando se lo dije a la doctora, ella fue súper respetuosa. Me explicó todo, me cubrió bien, me habló con cuidado. Cambió hasta la luz del consultorio para que no se sintiera tan frío.
Valeria la escuchaba con atención.
—¿Y no te juzgó?
—Para nada. Me dijo que era normal sentir eso. Que si lo decía, podían tomar más precauciones para que yo me sintiera segura y en confianza. Y así fue. Se nota cuando alguien te cuida.
Valeria asintió, con los ojos brillosos.
—Creo que nunca se me había ocurrido… que podía hablar de eso en voz alta.
—Pues claro que puedes. Es tu cuerpo. Es tu derecho sentirte cuidada en todo momento. Solo dilo, con calma. Te van a entender.
Valeria respiró hondo. Dio otro paso.
—Estoy lista.
Y esta vez, lo dijo de verdad.
Valeria estaba a punto de entrar al consultorio cuando se detuvo frente a la puerta. Natalia lo notó al instante.
—¿Estás bien?
Valeria la miró y tragó saliva.
—Una vez me lo intentaron hacer… hace como tres años. Me sentí incómoda desde que entré. Me hablaron seco, me sentí juzgada. Me dolió. Y desde entonces… simplemente lo evité.
Natalia se acercó y le tomó la mano.
—Eso no tendría que haber pasado. Pero esta vez va a ser distinto. Díselo a quien te atienda. Cuéntale lo que viviste. Ellos pueden hacer mucho para que te sientas segura. No tienes que volver a pasar por lo mismo.
Valeria asintió. No con total confianza, pero con valor. Ese tipo de valor que viene de saberse acompañada y de tener derecho a decidir sobre su cuerpo sin miedo.
Entró al consultorio. Saludó a la doctora, y antes de que empezaran, dijo con voz firme pero suave:
—Antes tuve una mala experiencia. Y solo quería pedirle que me tenga paciencia, porque tengo con miedo.
La doctora la miró a los ojos y sonrió con amabilidad.
—Gracias por decírmelo. Vamos a hacerlo con calma. Tú marcas el ritmo.
Y así fue. Minutos después, cuando Valeria salió, Natalia seguía ahí, esperándola. Se abrazaron sin palabras. No fue una victoria épica, pero sí un pequeño acto de cuidado propio. Y eso, en el cuerpo de una mujer, puede cambiarlo todo.


