Cosas del corazón: infarto agudo al miocardio. Miércoles
Editorial | Mecanismo de acción de los principales fármacos para tratar el infaro agudo al miocardio.
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Editorial:
El corazón reventó y hay que salir a buscar la cura
Nadie lo vio venir.
Ni el propio corazón, que aún latía con aparente normalidad, supo anticipar la magnitud del colapso. Pero algo, en lo más íntimo del cuerpo, se había quebrado.
Fue un silencio bioquímico. Una desviación microscópica. Un instante en el que las piezas dejaron de encajar.
La membrana que debía proteger… se rompió, y con ella, las células del músculo cardíaco dejaron escapar proteínas vitales, marcadores de daño irreparable.
El calcio, ese mensajero preciso, entró sin permiso, provocando contracciones anómalas y activando procesos destructivos dentro de la célula.
La mitocondria, central eléctrica incansable, comenzó a fallar, dejando de producir la energía necesaria para mantener la vida celular.
El ATP se agotó como una vela bajo el agua, privando a la célula de combustible para mantener su integridad y funciones vitales.
Las bombas de sodio y potasio dejaron de funcionar, por lo que ya no podían mantener el balance de sales dentro y fuera de las células del corazón. Esto hizo que las células no pudieran enviar bien las señales eléctricas que controlan los latidos; como resultado, el ritmo del corazón se volvió irregular y peligroso.
El pH cayó. El ambiente se volvió hostil, dificultando la actividad enzimática y acelerando la muerte celular.
Las enzimas desorientadas comenzaron a destruir lo que juraron sostener,
rompiendo las estructuras internas y sellando el destino del miocito.
Las plaquetas, confundidas por una herida que no existía, comenzaron a reunirse,
formando un tapón que obstruye la arteria y detiene el flujo sanguíneo.
La trombina, activada sin medida, tejió una red de fibrina sobre la vida,
transformando la defensa en prisión para el flujo necesario.
La arteria, antes abierta como un camino de sol, se cerró como un puño,
dejando al músculo privado de oxígeno y nutrientes.
Y el flujo, que daba sentido al ritmo, se detuvo,
deteniendo la sinfonía que mantenía vivo al corazón.
El dolor llegó tarde. La ansiedad, temprano.
El oxígeno no alcanzó. El tiempo, menos.
El ritmo eléctrico, antes majestuoso y constante, comenzó a vacilar.
La sangre, que debía nutrir, quedó atrapada detrás del muro.
No fue una sola cosa.
Fue todo a la vez.
La estructura.
La energía.
El compás.
La defensa.
La señal.
El mensaje.
El cuerpo había entrado en crisis.
Y ahora, para salvarlo, habría que recorrer los reinos del rescate.
Uno por uno.
Escucharlos. Entenderlos. Pedirles ayuda.
Porque cada uno guarda una pieza de la cura.
Y el tambor que nos acompaña desde antes de nacer… aún puede volver a sonar.